miércoles, 8 de mayo de 2013

Un profesor de Verdad

Alguien que no esté acostumbrado a recibir clase, o que no sepa con claridad cómo debe ser un buen profesor, seguramente, sea propenso a opinar que un profesor es alguien que, simplemente se dedica a comprender antes que los alumnos la lección que viene impuesta en un libro de texto, sin importar el cómo, y luego repetir esos mismos conceptos una y otra vez hasta que los alumnos se medio enteran de lo que se supone que están aprendiendo. Después pasa un examen con preguntas, las cuáles deben contestar correctamente los alumnos y corregirá con el libro en la mano, sin tener muy claro dónde están los errores cometidos, ni, realmente, qué es lo que estaba preguntando. Para la mayoría de la gente que no se preocupa en averiguar la función de un profesor, es aquella persona que se preocupa sobre cuándo empezarán sus tremendas vacaciones de verano... Sin embargo, un profesor hecho y derecho, un profesor de verdad, y que realmente se preocupe por sus alumnos es aquel que inculca a sus pupilos la necesidad de aprender. Esa necesidad intrínseca en el ser humano, que, según parece, generación tras generación, se ha ido perdiendo irremediablemente. Aquello que se suponía que iba a mejorar nuestro conocimiento y que iba a ayudar a nuestras mentes a progresar, aquello que se suponía perfectamente complementario a nuestro desarrollo intelectual no ha servido más que para alimentar la comodidad de nuevas generaciones, aunque luego, se terminarán dando cuenta que esa actitud despreocupada no sirve más que para ser unos ignorantes. Por suerte, hay gente que aun conserva esta curiosidad desde el principio. Todavía hay niños que poseen esa ambición por conocer más y por evadirse de la ineptitud. Un profesor ejemplar debe inculcar a sus alumnos dicha curiosidad, incluso a los más comodones. Un verdadero profesor, que ya no hablo de profesor idílico, puesto que aquellos que no fomentan la curiosidad no deberían llamarse "profesores" sino más bien "explicadores", hace lo posible y lo imposible para que los alumnos disfruten al máximo de sus enseñanzas. Un profesor de verdad no es aquel que hace que sus alumnos tengan una memoria prodigiosa, aprendiéndose párrafos interminables de conceptos que ni él mismo conoce, sino aquel que hace que sus pupilos comprendan el significado de cada una de esas palabras y que, a continuación, sean capaces de expresarlo por sus propios medios, así como el gusto por aprender y conocer más de la vida y del mundo que le rodea. Por que al fin y al cabo, hasta que se demuestre lo contrario, ese es el único objetivo claro de nuestra existencia, o por lo menos, es lo único que podemos hacer mientras la tengamos. Aprender, es la palabra. Sobre lo que sea, sobre lo que nos guste o lo que nos interese, pero aprender, "hacer nuestro". En eso consiste la función de un profesor de verdad: en ENSEÑAR A APRENDER.

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